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España, como tantos otros territorios, tiene una historia caracterizada por las migraciones. Éstas han dependido, sobre todo, de las condiciones socioeconómicas, que son las que han marcado la pauta a la hora de emigrar e inmigrar. En este ámbito también han sido significativos otros aspectos, como la localización geográfica, la lengua, las políticas imperialistas o el clima. Este arsenal de motivos ha provocado que millares de personas llegasen o se marchasen de España desde la Edad Media al siglo XXI. Los bereberes que llegaron a al-Ándalus entre los siglos VIII y XV tienen su versión actual en los norteafricanos que llegan a nuestro país en busca de un futuro mejor. Los trabajadores que escapaban de Galicia y Asturias hacia Sudamérica a finales del XIX y principios del XX como consecuencia de la pobreza del campo tienen su reflejo en el talento científico que hoy en día huye de España debido a la falta de oportunidades del mercado laboral nacional. 

En este apartado trataremos la historia de las migraciones españolas desde los republicanos que escapaban del régimen franquista hasta la mano de obra iberoamericana y africana que llegó a España durante el boom de la construcción. Se tratará este aspecto desde la Edad Media hasta la actualidad, pero el enfoque se pondrá especialmente en las últimas décadas del siglo XIX y el siglo XX. Desde aquí, por tanto, se intentará ofrecer una retrospectiva de la tradición migratoria de los españoles, un hecho del que a veces nos olvidamos en los días de crisis que corren.

 

La historia de España es también una historia de emigración, un hecho que, a veces, olvidamos en los días de crisis por los que hoy naufragamos

 

Las migraciones no son un nuevo fenómeno. Tienen detrás una historia larga y compleja, cuyo origen radica prácticamente en la prehistoria. Desde hace muchos siglos los humanos creamos flujos de población como respuesta a coyunturas económicas, religiosas, militares, políticas y sociales. El caso de España, debido a su historia y a su situación geográfica, no está exento de este tipo de movimientos poblacionales, especialmente una vez descubiertos territorios nuevos y remotos, que provocaron una expansión en todas las direcciones y hacia todos los continentes.

 

Uno de los primeros movimientos de inmigración que tienen lugar en España ocurre en la Edad Media, aunque es ciertamente complicado ofrecer datos exactos ante la ausencia de registros oficiales de la época. Con todo, entre los siglos VIII y XV llegaron gran cantidad de bereberes del entorno mediterráneo africano hacia al-Ándalus debido a las condiciones sociales y económicas del sur de la península. De la misma manera y en la misma época, la zona europea atrajo, fundamentalmente desde Francia, a grandes cantidades de población hacia los reinos cristianos del norte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Estos primeros movimientos migratorios sin registro oficial de los que hay pruebas fehacientes son minúsculos, especialmente por las condiciones de transporte, en comparación con los acaecidos en los siglos XIX y XX. Tras el descubrimiento de América, son muchos los europeos que emigran hacia el nuevo mundo, pero no es hasta finales del siglo XIX cuando comienza la gran emigración de españoles hacia países sudamericanos. Es una de las consecuencias del descubrimiento del continente americano, aunque no la única. La emigración fue, al comienzo, acompañada por el dominio español y portugués sobre las tribus indígenas, un rodillo compresor que tuvieron que soportar pueblos como los incas o los aztecas. Los conquistadores llevaron a muchos países sus idiomas y sus religiones, pero también penurias como la Inquisición, la censura y la persecución del impío y del hereje, lo que quería decir en muchos casos, simplemente, la del hombre que se atrevía a pensar. En la Colonia, término que los países imperialistas utilizaban para referirse a los territorios ocupados, también hubo explotación, lo que generó enormes desigualdades. Con el tiempo, y bajo el dictado de diferentes regímenes, los avances sociales fueron llegando y las desigualdades e injusticias, en mayor o menor medida, se fueron atenuando, aunque todavía es largo el sendero que hoy en día queda por recorrer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tampoco ayudaba en este ámbito la centralización de la industria. Barcelona, Vizcaya y Madrid eran los auténticos núcleos industriales y, aunque demandaban una gran cantidad de mano de obra, no estaban capacitados para retener a toda la población rural. La economía española de finales del XIX era incapaz de sostener a la totalidad de sus recursos humanos, y la obsolescencia provocó que las zonas agrarias sufriesen la emigración de familiares y vecinos. Autonomías como Galicia, Castilla y León o Asturias vieron como la ausencia de tecnología y los sistemas arcaicos de explotación de la tierra, unidos al crecimiento de la población, provocaba un éxodo hacia Sudamérica, fundamentalmente, que quedaría grabado en los registros, en la literatura y en la memoria colectiva de estos pueblos. Para escritores y artistas, como la poetisa gallega Rosalía de Castro (1837-1885), la emigración se convirtió en uno de los temas principales de su obra.

 

A la obsolescencia tecnológica del sector agrícola, incapaz de generar el trabajo suficiente para absorber la mano de obra, se añadió otro problema, el sistema de propiedad. Éste estaba basado en el minifundio y latifundio, en función de la región, y retrasaba la modernización y generaba desempleo. Además, desde las instituciones no se dio una respuesta eficaz para modernizar el agro, y el crédito agrícola no fluía, lo que dificultaba la modernización y el pago de los impuestos cuando las cosechan no acompañaban.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Durante este período el éxodo hacia ultramar desde España supuso el 85% de la emigración exterior española; el 15% restante tuvo como destinos países africanos, fundamentalmente Marruecos, Argelia y Guinea Ecuatorial; Asia, con Filipinas como destino preferente; y Oceanía, en donde destacó Australia. 

 

El 85% de los emigrantes de esta época encontraron en Sudamérica un rincón en el que podían desarrollar su vida laboral, pues los gobiernos de nuevas repúblicas comprendieron que su futuro dependía en gran medida de la inmigración extranjera. Los recién llegados dotaban al país de la mano de obra necesaria para afianzar su sistema económico y conseguir la base demográfica necesaria para poblar y modernizar sus naciones. De esta manera, muchos países latinoamericanos aprobaron durante el siglo XIX leyes y medidas para fomentar la inmigración, como la creación de las Oficinas de Inmigración en Europa. 

La necesidad de mano de obra de los nuevos países se complementó con el exceso de mano de obra que padecía España, y muchos ciudadanos emigraron a Latinoamérica de manera permanente o temporal. Mientras unos cruzaban el Atlántico para colonizar nuevas tierras, sustituir la mano de obra esclava tras la abolición de la esclavitud o integrarse en el sector industrial, otros lo hacían de manera temporal o estacional, ejecutando las obras de grandes infraestructuras en el primer caso o colaborando con la agricultura de exportación entre los continentes en el segundo. Es este último caso, por ejemplo, el de la zafra en Cuba o de la cosecha de cereal en Argentina.

 

La siguiente gran etapa de emigración en España se sitúa entre 1936 y 1945, aunque los motivos por los que se produce son bien distintos. Durante esta época se habla de exilio o emigración forzosa, al producirse a raíz de la persecución perpetrada por el gobierno franquista. Después de la Guerra Civil (1936-1939), los movimientos migratorios continúan hasta 1975, cuando se restablece la democracia, pero es en esta primera época cuando un mayor número de personas se exilia en otros países. Otra vez más, por tanto, España vuelve a albergar un episodio de emigración, una auténtica constante a lo largo de su historia.

 

Durante estos años la emigración forzosa no contó con las facilidades de antaño, pues la política migratoria, especialmente en el continente sudamericano, había cambiado a tenor de la recesión económica que siguió al crack del 29. De hecho, entre 1936 y 1945 todos los países latinoamericanos adoptaron medidas encaminadas a la restricción y selección de la inmigración, así como a la protección de la población autóctona. En este nuevo contexto, el exilio hacia América se complica, y México se convierte en uno de los países del continente que aceptó la llegada de un número importante de refugiados. El mismo día que Franco puso fin a la Guerra Civil, la Secretaria de Gobierno mexicana emitió un comunicado ofreciendo su país como refugio y provocando la llegada de 21.750 exiliados entre 1939 y 1948, convirtiéndose en el país latinoamericano que más españoles acogió. 

Hay que tener en cuenta, también, la limitación de fondos con los que contaban los organismos de ayuda a los refugiados, creados en Francia por el gobierno republicano, y que limitaban el exilio. Fue el país galo, precisamente, el que acogió a gran parte de los primeros refugiados, hasta 440.000 según los datos de un informe oficial de marzo de 1939 denominado Informe Valière. Allí, los españoles que habían cruzado la frontera tuvieron que soportar duras condiciones de vida, hacinados en los campos que el gobierno de Daladier habilitó para el caso. Además, las dificultades se acentuaron sobremanera tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Acompañando a Francia y a México, Argentina también se convirtió en uno de los principales países de acogida. También Chile, Cuba, la República Dominicana, Reino Unido o Estados Unidos fueron naciones que recibieron a exiliados a partir de 1936, muchos de los cuales se comprometieron con la causa republicano y la defensa de la democracia.

A medida que avanzaba la Guerra Civil, los desplazados del bando republicano se iban multiplicando, especialmente la salida de menores, que fue una constante. La Oficina Central de Evacuación y Asistencia al Refugiado fue creada poco después del comienzo del conflicto, en octubre de 1936, en previsión de realizar salidas masivas, mientras que en noviembre de ese mismo año el sindicato UGT creó en París el Comité d'accueil aux enfants d'Espagne.

Los primeros desplazamientos de menores se produjeron desde Madrid y Valencia con el envío de 100 menores hacia la URSS en febrero de 1937. Tras el bombardeo de Guernica por la legión de aviación Condor, el primero sobre una población civil en la historia bélica, muchos niños vascos fueron enviados en barco a territorios franceses y británicos para asegurar sus vidas.

 

Cada victoria militar de los sublevados provocaba una nueva oleada de desplazados. Así sucedió, por ejemplo, en 1938 tras la batalla de la bolsa de Bielsa y la retirada del 43ª División del Ejército Popular, que provocó la huida de miles de personas de Aragón hacia Francia. Sin embargo, la mayor avalancha se produjo tras la pérdida de Barcelona por la República, en febrero de 1939, con más de medio millón de personas huyendo hacia Francia.

Con el paso de los años, la dictadura fue evolucionando políticamente hasta la llamada Transición Española, con la consiguiente llegada de la democracia. Con el cambio de régimen y la apertura política fue posible el regreso de muchos exiliados, aunque otros prefirieron permanecer en los países que le dieron refugio.

Con todo, los movimientos poblaciones durante el franquismo no se fechan solamente en esta primera etapa, sino que entre los años 1946 y 1958 se produjo una gran emigración a tenor de la coyuntura económica española, basada en un modelo autárquico y sin la capacidad suficiente para absorber a toda la mano de obra. 

En esta etapa la salida de divisas era libre, y se firmaron diferentes convenios bilaterales con algunos países americanos. Además, en el año 1956 se crea el Instituto Nacional de Emigración, cuya misión era controlar la salida de personas y gestionar los trámites burocráticos. Ese mismo año España se adhiere al Comité Intergubernamental de Migraciones Europeas, lo que significó la oportunidad de emigrar para personas sin medios suficientes con un trabajo en el continente americano.

 

Durante estos años Argentina vuelve a ser el destino predilecto. Cuatro de cada diez desplazados se dirigían hacia el país albiceleste fruto de su auge económico y del funcionamiento de las cadenas migratorias. Venezuela fue el segundo país debido, sobre todo, a su rápido crecimiento económico, que se fundamentaba en el aumento de la producción de petróleo. El tercero fue Brasil, que acogió a una parte significativa de emigrantes debido al desarrollo industrial propiciado por la óptima coyuntura internacional del mercado de café. La situación económica de estos países facilitó el envío de remesas a sus familiares afincados en España, una contribución decisiva para el desarrollo de la economía nacional, pues mejoró las condiciones de vida de los familiares y contribuyó al proceso de modernización del país.

 

En esta época, y otra vez más, la comunidad autónoma que más emigrantes aportó fue Galicia, aunque también regiones como Canarias y Castilla y León sufrieron grandes fugas. Además, otro de los datos que destaca de esta época es la juventud de los emigrados, pues se calcula que más del 75% de los desplazados se encontraban entre los 15 y los 55 años. Aunque la mayor parte de ellos eran hombres, las mujeres comienzan a cruzar el Atlántico con más frecuencia en este periodo, al desaparecer la emigración estacional y aparecer la emigración familiar.

 

La nueva etapa de expansión económica de los países latinoamericanos fue fundamental para la emigración desde España, que abasteció de mano de obra especializada y de familias de trabajadores agrícolas a las nuevas economías. Sin embargo, a partir del año 1960 se produce un cambio de tendencia en la emigración española. Desde esta fecha en adelante, Europa sustituye a América y los españoles que deciden desplazarse lo hacen a países como Francia, Bélgica, Suiza, Inglaterra o la República Federal Alemana. En este cambio de ciclo en el que Europa se convierte en el foco de atracción y se erige casi como único destino, alcanza su punto máximo en 1972, justamente el año previo a la gran crisis energética y económica, en el que el número de emigrantes a Europa superaba las 104.000 personas. Desde 1975, esta cantidad se mantuvo en torno a los 15.000 emigrantes anuales, para descender al orden del millar en los 90, y de los centenares en los primeros años del siglo XXI.

 

Las causas que provocaron este cambio tienen una similitud con las de etapas anteriores. Otra vez más, la economía española era incapaz de absorber los excedentes de mano de obra y los países de Europa occidental demandaban, precisamente, esa mano de obra para su fuerte desarrollo económico en sectores como la industria, la construcción o los servicios. Además, los elevados salarios de estos territorios y la disminución de los costes del viaje, unido a un declive del contexto económico sudamericano, provocaron un cambio de rumbo en la dirección de la emigración española. Así, adultos y jóvenes, con un claro predominio de varones en cuanto al sexo y de obreros industriales y de la construcción en cuanto a la ocupación laboral, se desplazaron a ciudades europeas, buscando empleos de carácter urbano y salarios más elevados. A Francia, además, se desplazaron gran cantidad de agricultores debido a las características de su economía.

 

Una y otra vez, a lo largo del siglo XIX y XX, los españoles tuvieron que emigrar o exiliarse para poder continuar desarrollando su vida familiar y contar con los recursos económicos suficientes para subsistir. En ocasiones también fueron motivos ideológicos, como en la etapa franquista, los que impulsaron el exilio. Por una causa y otra, la emigración es una constante mayor que la inmigración en la historia de España. Este último fenómeno se produjo, sobre todo, con el retorno de los emigrados en los últimos siglos. También con la llegada de africanos, sudamericanos y europeos del este desde la década de los ochenta hasta hoy en día, un fenómeno tratado en otros artículos de esta página. De lo que no cabe duda es que la historia de España es también una historia de emigración, un hecho que, a veces, olvidamos en los días de crisis por los que hoy naufragamos. 

 

 

 

 

España, una historia de emigrantes

La emigración hacia estos territorios explotados comenzó a ser un fenómeno de mayor importancia a finales del siglo XIX. El éxodo en masa a ultramar se convirtió en una constante entre 1980 y 1930. La población española pasaba hambre y no encontraba más respuestas que la expatriación para cubrir sus necesidades vitales y lograr una mejora social. La coyuntura económica de España a finales del siglo XIX y comienzos del XX dio pie a este cambio. La escasa modernización de la tecnología agraria exponía a este sector a continuas crisis, lo que provocaba el éxodo rural. 

A lo largo del siglo XIX y principios del XX las grandes transformaciones demográficas, económicas y sociales, al igual que los conflictos bélicos y políticos, afectaron a miles de personas de toda Europa. La emigración española hacia América Central y del Sur formó parte de esta odisea, pero antes grandes cantidades de hombres y mujeres de todos los rincones de Europa habían emigrado ya hacia el otro lado del Atlántico en busca de nuevas oportunidades. Los primeros en hacerlo, sobre todo hacia EEUU, fueron los anglosajones, a los que luego se unieron latinos y eslavos.

 

La emigración durante estos años (1882-1935) presenta diferencias en cuanto a la cantidad. Si bien hasta el comienzo del siglo XXI Cuba era el foco de atracción principal, es entre 1900 y 1913 cuando se produce la etapa de mayor intensidad, con más de 180.000 emigrantes por año y Argentina como destino predilecto al necesitar mano de obra para el sector primario. Después, durante la Primera Guerra Mundial y la crisis económica generada en muchos países, los desplazamientos transoceánicos descienden, bajando también la corriente migratoria. Sin embargo, entre 1919 y 1930 el proceso de expansión económica latinoamericana vuelve a estimular una nueva corriente migratoria hacia el continente. También se cree que del total de estos emigrantes el 57% regresaron posteriormente a España, por lo que el número de retornados supera ligeramente a los que se quedaron de manera definitiva en el nuevo continente.

Tras el término de la Segunda Guerra Mundial, se impuso de nuevo una corriente migratoria hacia América, una vez eliminadas las dificultades creadas por la dictadura. El gobierno franquista comprendió que la emigración hacia ultramar le permitía librarse de los descontentos y aliviar la presión demográfica sobre los recursos económicos de España, escasos e incapaces de abastecer a toda la población, especialmente en el campo. Para facilitarla, a partir de 1948 bastaba la presentación de una ‘carta de llamada’ o un contrato de trabajo, visado por un consulado español, para obtener el pasaporte. 

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